Maravillosos seres imperfectos
Dicen que no se debe usar un espejo cuando se ha roto, que ya no vale, la imagen está distorsionada, no se ve ni bonita ni perfecta. Pero de no ser un niño... ¿quién no es un espejo roto? Y por no ser perfecto... ¿no eres válido?.
Todos tenemos muescas, arañazos o pedazos rotos. Todos tenemos un hueco al que le falta una pieza, una parte más sensible en donde dan todos los dardos, puñales y palabras envenenadas. Todos tenemos una huella en el cristal que tiene nombre y apellido, una mancha que sabemos que tenemos que quitar pero que nunca lo hacemos, También aquella mancha que por casualidades del destino está ahí y que por más que intentamos quitarla no se va. Una hendidura en mitad del espejo por habernos querido estampar siempre con la misma piedra pero en vez de rompernos ha quedado mellado y que por más que nos empeñamos en rellenarlo el espejo se sigue viendo roto o herido y seguimos sintiendo ese vacío, ese lado herido pero aún así seguimos intentándolo.
Seguimos intentando encontrar esa aleación perfecta que rellene cada uno de esos huecos, arañazos, grietas que haga que el espejo vuelva a tener el brillo que tenía, que refleje toda su perfección como era al principio. Pero no, eso no va a poder ser, eso es irreal.
¿Sabéis una de las maravillas que tiene un espejo roto? Que cuando recibe la luz del sol refleja un maravilloso arcoíris. Pero precisamente eso es lo que nos engrandece y le da valor a lo que somos... Maravillosos seres imperfectos.
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